Una historia casi de la vida real, de esas que ocurren en una consulta de atención primaria.
– Recuerde entonces que su próximo control es en enero con la enfermera, pase a dejar tomada la hora, ¿le parece?
– Claro doctor muchas gracias -dice Julia, una señora de 84 años pequeña pero enérgica- Pero sabe, le voy a contar algo.
Oh, ese instante en que crees que has terminado tu consulta, y de pronto contemplas la posibilidad de un motivo de consulta no detectado a tiempo que pueda eventualmente modificarlo todo.
– Claro, dígame -le digo con un tono que intento no denote frustración.
– Usted sabe que yo no me junto con las otras viejas de por acá porque al final es puro pelambre. Pero esta vez estuve obligada porque están viendo lo de las reparaciones de las casas. Y bueno lo que pasa es que una de estas viejas estaba diciendo que el doctor López era tan pesado, y malhumorado y que la trataba mal. Yo no le hice caso si yo lo conozco a usted, y bueno, todas las personas tienen su derecho a tener un mal día después de todo.
¿Y cuándo habrá sido ese mal día, después de todo?¿Cansancio, astros mal alineados, expectativas no cumplidas, migrañas, simple incompatibilidad? Puedo recordar malos encuentros médico paciente por supuesto, pero afortunadamente han sido escasos en los últimos años.
Y pensando en ello, llego a mi encuentro con Luisa, quizás un mes antes que ver a Julia. Evaluada en el Servicio de Urgencias por una tos diez días antes, ese día acudía a control. En teoría nuestro encuentro parecía ir bien encaminado: Luisa se encontraba mucho mejor, y la evaluación clínica no brindaba ningún elemento de gravedad.
Sin embargo, Luisa, una mujer de 86 años con bastantes certezas en su vida, tenía expectativas respecto a nuestro encuentro que yo no estaba logrando cumplir.
– El broncopulmonar me daba este jarabe, ¿me lo va a dar?
– Señora Luisa, esos jarabes no son muy efectivos y su tos ya va mejor, por tanto no me parece que tenga sentido usarlo. Sí me parece importante que use su inhalador crónico dos veces al día y no sólo una.
– Pero estoy muy decaída, ¿por qué no me deja vitaminas
– Señora Luisa, el tomar vitaminas no le va a ayudar. Me interesa que se pueda alimentar bien, y puede incorporar como suplemento la bebida láctea que entregamos a todos los adultos mayores en el CESFAM.
– ¡Es que no me gusta! ¡Aquí en el consultorio no dan nada!, me dice, alzando notoriamente la voz.
En ese momento mi primer pensamiento fue dar término a la consulta, y respiré profundo tratando de manejar mi propia molestia. Después de todo, estoy orgulloso de todo lo que hacemos por nuestros usuarios en este centro de salud.
– Señora Luisa, el CESFAM le brinda bastantes cosas, ¿está molesta por algo en particular?
– Claro si todas mis amigas tienen sus vitaminas y sus jarabes y yo tendré que comprármelas por mi cuenta, y ¿con qué plata ah?, ¡si con la pensión no me alcanza!
Dicho eso, se levanta enérgicamente, y sale del box sin despedirse, gritando
-¡Guillermo, nos vamos de aquí!
Guillermo es don Guillermo, su esposo por ya 60 años y también paciente mío, quien estaba afuera esperando. Nos habíamos saludado antes en la sala de espera, como siempre. Nunca ingresan juntos, pero siempre se acompañan. Pese a esta salida intempestiva, Guillermo – siempre muy amable – intentó despedirse.
– Qué te vas a despedir, tendré que comprarme todo, ¡cada día peor esto!
Guillermo la siguió, sorprendido, mientras me miraba intentando despedirse al tiempo que su cara me decía “¡usted ya sabe cómo es ella!”
Al final del día, es impresionante la presión que la industria farmacéutica genera sobre las expectativas usuarias. No ayuda por cierto que tengamos a Alcaldes haciendo campañas para brindar Neurobionta en forma gratuita, y promoviendo bondades respecto a su efectividad, aún cuando no existe fundamento científico para ello.
Sin embargo, no nos engañemos, al final del día somos nosotros, los médicos, quienes nos hemos traicionado. Por años hemos mantenido el mito en la población sobre la efectividad de vitaminas, jarabes para la tos, y un sinnúmero de otras terapias inefectivas. Son muy pocos los médicos que rechazan indicar “el complejo b” pese a que sus reales indicaciones son muy acotadas.
¿Creencia en que quizás de verdad funcionará? ¿Considerar que servirá como un placebo, pese a los riesgos del mismo?¿Una forma de salir rápido del paso ante una queja sin sustento? ¿Una mezcla de todas las anteriores?
Mi apuesta pasa porque más allá de todo lo anterior, existe una falta de convencimiento en la real capacidad curativa de nuestros encuentros clínicos, y de cómo potenciar nuestra relación médico paciente a largo plazo puede ser más efectiva que recetar vitaminas.
Por cierto, ese día quedé convencido de que un encuentro difícil no arruinaría mi relación con Luisa, ¡y que por supuesto Guillermo sería un compañero fiel en limar toda aspereza!